Reflejos...

El único problema que había era que tenía muchas versiones de si mismo en un solo lugar: el cuarto vidriado lo molestaba.

Pero lo que lo incomodaba más era el hecho de que se vea a si, en las diferentes versiones, cuasi desconocidas para él. Conocía por otros esa parte de la historia, de sus otros él; conocía sus manías y sus locuras, sus anhelos, sus conquistas y derrotas. Pero nunca se atrevió a mirarlos a los ojos y reconocerlos como parte de su ser, sino siempre los vio como dobles de riesgo para diversas situaciones: uno con aspecto intelectual, otro con apariencia alegre, otro con rasgos severos o tristes... y él.

Y creyó tanto por tanto tiempo que él era él,  que comenzó a verse como una unidad indisoluble, ajena y exclusiva, que empezó a odiar a esos reflejos que veía.  De todos modos, si bien eso le molestaba, lo que lo irritaba más era el zumbido que siempre tenía en los oídos, esa especie de máquina infernal en constante funcionamiento, como estar dentro de una caja acústica y mucha gente gritara al mismo tiempo.
Era ese zumbido el que no lo dejaba escuchar: oia todo, pero no entendía mucho. Era el momento de decidir. O irse con la misma impresión con la que entró  o romper los esquemas castradores donde se encontraba enredado. Y volver a germinar.

Pero llega un momento en donde siempre el espejo se quiebra, por cambios externos o internos, por presiones propias o ajenas, o a veces por la simple caducidad de los elementos frente al impoluto paso del tiempo.
Y ese cuarto vidriado pasó a ser su casa.
Y esos reflejos hablaban con voces de las personas que lo rodearon.
Pero ya con otro carácter.  Otro temple.
Y ya no decide quedarse. Decide que el reflejo es un miedo parecido al temor del monstruo debajo de la cama, o dentro del placard. Y se atrevió a mirar a través de las grietas del espejo, las grietas de su reflejo. Y sintió libertad.

El despertador sonó 7:30 AM como todos los días. Pero ese día, por primera vez en su vida, despertó mirando hacia el techo oscuro de la habitación, respiró profundo como lo hacen los que vuelven.
Y se dio cuenta que era tiempo de ser. Y no de aparentar.
Él exhalo. Y vivió. 

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